En 1963, Carlos Raúl Villanueva dictó un curso de tres conferencias en el Museo de Bellas Artes de Caracas. Ese mismo año recibió el Premio Nacional de Arquitectura, otorgado por primera vez en Venezuela, por la obra Ciudad Universitaria de Caracas. En colaboración con Gorka Dorronsoro, comenzó los proyectos para la Escuela de Ingeniería Sanitaria y la Facultad de Economía, en la que también estuvo presente Juan Pedro Posani. Participó en la exposición “Du paysage a l’expression plastique” en la Casa de la Cultura de El Havre, Francia. Fue nombrado Presidente del Comité Organizador del Primer Congreso Bolivariano de Arquitectos.
Material Cultural inicia su sección de textos sobre arquitectura con la publicación de la primera conferencia, dictada el 28 de mayo. Al final publicamos una selección de fotografías actuales de la Ciudad Universitaria de Caracas, de nuestro colaborador, el arquitecto y fotógrafo Julio César Mesa.
La Arquitectura. Sus razones de Ser. Las Líneas de su Desarrollo
Por Carlos Raúl Villanueva
Señoras y señores:
Voy a tratar de hablar de arquitectura: grave y peligrosa materia; ¿no es en efecto la arquitectura el escenario obligado de toda nuestra vida? En ese marco nacimos, actuamos y morimos.
Muchos ensayos han aparecido en estos últimos años, con el fin de lograr una definición más concreta de la misión del arquitecto y de su Arte. Algunas personas han pedido una rectificación en su acción, en su misión y la actitud que debe prevalecer en su obra. Hay que reconocer que estamos viviendo en los principios de un mundo nuevo, de una nueva civilización y que la arquitectura, como consecuencia del contenido social de una época, no puede ya tener el mismo sentido, el mismo significado que la de los siglos anteriores. La extensa modificación del medio social en el cual vivimos, una nueva actitud y sentido de la vida, una industrialización ya avanzada, nuevas leyes económicas, una planificación cada día más apremiante, la política naciente de producción, nuevos materiales y nuevas técnicas, influyen poderosamente sobre nosotros y sobre ella, y seguirá trastornando seguramente por largo tiempo la historia, el equilibrio tradicional de la creación arquitectónica.
Tenemos que actuar con cierta prudencia, con inteligencia y recelo, con el fin de poder absorber rápidamente el increíble e incontenible progreso tecnológico y poder utilizarlo en función de las inmensas necesidades humanas.
Si un ministerio no funciona debe ser culpa del ministro; si el pan es incomible debe ser culpa del panadero; pero si la ciudad no está organizada y si la arquitectura no sigue más entre nosotros el ritmo de las otras actividades, tendremos que admitir, por lo menos parcialmente, la culpa de los arquitectos.
Pero estoy muy lejos de lo que quiero decir:
En los tiempos pasados, el arquitecto para merecer ese calificativo de hombre superior -es oportuno recordar en este momento que en la época noble de Roma, se sentaba a la derecha del Emperador-, el arquitecto, hemos dicho, debía ser nada menos que una enciclopedia viviente. Por lo menos es así como lo visualizaron el romano Vitrubio y los teóricos del siglo XVII; debía, en efecto, dominar la geometría, la hidráulica, la óptica y la historia y además la astronomía, la música, la medicina y la filosofía.
En nuestros días esto se ha complicado más todavía: a todas esas ciencias naturales o humanas debemos agregar la biología, la morfología humana, la sociología, la economía, la ecología, la geología, la botánica y la climatología.
Pero todo esto es nada todavía; lo más grave es cuando se nos pide hablar de arquitectura, pues la oratoria es lo que menos favorece, a quienes estamos habituados a compartir nuestras actividades entre la obra y la mesa de dibujo y sólo por complacer a los amigos del Museo de Bellas Artes, cumpliré con esta misión, pidiendo de una vez disculpas a todos ustedes aquí presentes, por lo que voy a decir: se puede demostrar y poner de relieve que una obra de arquitectura puede alcanzar los niveles de las mejores obras de las demás artes.
Hay que reconocer, sin embargo, que muchas personas y algunas de ellas grandes intelectuales, no se interesan en forma alguna por los acontecimientos trascendentales de la arquitectura, arte completo por excelencia. Conocen fácilmente nombres y apellidos de los grandes maestros de la pintura, de la música y de la escultura; saben perfectamente que ha sido El Greco, quien pintó El entierro del Conde de Orgaz, que ha sido el excelso Beethoven, el compositor de la Quinta Sinfonía, y que las esculturas de la Capilla Medicea en San Lorenzo de Florencia, son obras del gran Miguel Ángel; pero si ustedes les preguntan a esas mismas personas si han oído hablar de un cierto Ictino, muchas moverán la cabeza en forma negativa. Sin embargo, Ictino ha sido nada más que el arquitecto del Partenón.
Hemos nacido, vivimos y somos de esta tierra. Para poder luchar intensamente en contra de una civilización, cada día más mecanizada y más materializada, debemos volver a acercarnos, con toda nuestra fuerza, a los espacios naturales, inspirarnos de sus formas y de sus leyes. Tenemos que proteger nuestras riquezas naturales, el marco que nos rodea, si queremos que participen una vez más en nuestra vida diaria y que entren también en nuestras casas y en nuestras ciudades.
La arquitectura, en efecto, debe moldearse al sitio natural únicamente con las transiciones indispensables y debemos destacar la importancia de relación entre arquitectura y paisaje, natural o urbano. En todos los espectáculos arquitectónicos los elementos de sitio intervienen en virtud de su cubo, su densidad, la calidad de la materia que produce sensaciones distintas y definidas: madera, árbol, piedra, horizontes azules, montañas o ciudades, plazas o plazuelas. Los elementos de sitio aparecen como muros, espacios limitados o abiertos, efectos de luz y sombra, y tenemos que componer con esos elementos la luminosidad, un tipo de vegetación, un clima definido. La situación de un edificio en un marco determinado implica darle carácter, ambiente y vida, y unirse armoniosamente con el paisaje. La gran arquitectura se identifica tanto con el sitio natural o urbano, que uno llega a preguntarse a veces qué fue hecho primero, si el edificio o el sitio.
La arquitectura contemporánea es específicamente la de la vivienda: en este hecho fundamental reside la diferencia sustancial con la arquitectura de todas las épocas que la preceden: aspectos tecnológicos, higiénicos, sociológicos y sicológicos de la revolución que se opera en la vivienda y en la ciudad contemporánea; la nueva arquitectura ha de mirarse, pues, como uno de los tantos signos del alborear de una nueva época.
En los tiempos pasados la casa aparecía como una unidad completa: uno nacía, crecía, se educaba, trabajaba y moría dentro de sus ambientes. Existen nuevos conceptos para nosotros: la casa permanecerá como la célula de base de nuestra vida familiar, pero han aparecido otros valores en relación con factores ecológicos, sociales y económicos. La vivienda no permanece ya como un órgano aislado, sino que se ha amplificado generosamente con un marco social construido, donde aparece una vida colectiva más organizada, en lo social, en lo educacional y en lo cultural.
Los arquitectos de antaño han construido especialmente templos, palacios y catedrales; nosotros seguiremos construyendo edificios de cierto significado y de cierta nobleza: construiremos palacios y no para los hombres, sino para recibir a nuestros nuevos amigos y servidores: las máquinas.
La arquitectura de nuestro siglo será la de la vivienda: vivienda para los hombres. Vivienda y comunidad: binomio indisoluble. Urbanismo y arquitectura, arquitectura y urbanismo, forman parte del mismo processus: la arquitectura imprime forma a las actividades humanas, el urbanismo ordena las relaciones entre estas diversas actividades y establece el medio en el cual la arquitectura aparece.
La arquitectura de nuestro siglo está al servicio del hombre: no está basada en algo formal, sino que es más bien un compromiso que tenemos nosotros, compromiso de conciencia, para contribuir dentro de nuestras posibilidades a la creación razonada de un medio apto para nosotros todos.
Primera necesidad del arquitecto: conocer el hombre para quien él va a construir y conocerlo total e íntegramente. En un drama de Ibsen, uno de sus personajes llamado Sollness y que es constructor, dice: «¿Cómo quiere que yo haga una casa para este señor si yo no lo conozco?».
Además, debe comprenderlo: el poeta Whitman dijo también: «Juro que un día los arquitectos entenderán al hombre y lo justificarán. El mejor de ellos será el que mejor lo conozca y le sea más fiel: el mejor arquitecto será aquel que dignifique al hombre».
La arquitectura debe definir y satisfacer ciertas necesidades, su valor y propósito social, cierta función, cierto carácter específico que se traduce en cierto programa. Hay que definir la función, la razón de ser de los espacios que se van a crear: construir para quién y para qué fin. El programa muestra el carácter del contenido, pero no puede ser considerado él mismo como contenido.
El programa es lo que hay que materializar: por ejemplo, un museo, un hospital o una escuela, acorde con un clima, una sociedad o una cultura. El programa, concebido desde el punto de vista cualitativo y como relación de espacios que resuelvan las funciones humanas y las representen, constituye el elemento fundamental que puede garantizar esa unidad arquitectónica que antes reposaba en principios figurativos únicamente.
La arquitectura depende mucho más de la determinación del contenido que de la búsqueda solamente constructiva o formal. El contenido, para nuestros arquitectos, expresa la esencia funcional y humana de los edificios: la forma y el carácter varían en el curso de la historia y dan a cada obra su filosofía particular o su forma. La búsqueda de nuevos contenidos coincide con un nuevo concepto espacial y permite otra significación.
Cada forma en función de su contenido: los templos de Angkor y de Karnak, los de la Acrópolis de Atenas, tuvieron un significado muy profundo; aunque para nosotros ese significado ideológico, filosófico o mágico, a lo largo de los tiempos, nos deja indiferentes. Pero su forma, independientemente de su contenido ideológico, su contenido formal, conserva el valor permanente por su perfección y por su valor formal y no por el de su contenido ideológico ya desaparecido.
Los contenidos con toda su variedad, tienen siempre una influencia directa sobre las formas, que varían según las épocas y que dan a cada obra un sello particular y peculiar. El hombre continuará creando la armonía entre la forma y el contenido con los medios a su alcance. La arquitectura de hoy tiene un sentido social, al plantear a economistas y sociólogos nuevas formas de organización de acuerdo con la época, el arquitecto tiene la misión y el deber de expresar ese nuevo contenido. La arquitectura moderna se basa en una idea social y no en una idea formal, el contenido de nuestra época debe ser un contenido social y no podemos aceptar que se visualice nuestra obra bajo el ángulo exclusivamente de la plástica.
La arquitectura en esta forma ha nacido esencialmente como arte del espacio, para organizar, crear, cubrir, prolongar, acentuar y dignificar los espacios destinados a las necesidades humanas, individuales y colectivas. Todo sale de dentro hacia afuera, del espacio interior al exterior, para unirse a otros espacios o para formar cuerpo con los naturales. La forma construida con ayuda de la materia y de la técnica, los limita y los separa con el contraste y armonía entre llenos y vacíos. Todo viene acompañado con la luz, que es la penetración de dentro y fuera de la forma construida.
Lo que es verdaderamente nuevo en la arquitectura de hoy es la valorización de ese espacio interior donde uno vive y se mueve, es lo esencial, lo básico, el problema central y positivo. El crítico italiano Bruno Zevi puntualizó: en la arquitectura de hoy, cuando no existe espacio interior, no hay arquitectura. Es bueno recordar a Lao-Tse, cuando 500 años antes de Cristo escribió estas palabras: «La realidad de un edificio no consiste en las cuatro paredes, ni en el techo, sino en el espacio cerrado, en el espacio dentro del cual se vive».
En todas las épocas, los teóricos han generalizado el hecho arquitectura en una relación armoniosa entre varios conceptos, los cuales, unidos y compenetrados intensamente entre sí, han permitido dejar obras perfectas y duraderas. Vitrubio, un arquitecto romano que vivió hace dos mil años, fue el primero en plantear la ya famosa trilogía:
La arquitectura debe primeramente servir, es decir, llenar la función y la comodidad.
Segundo, debe también permanecer: para este fin buscamos entonces la solidez por las leyes de estabilidad de estructura y con ayuda de la técnica.
Y para terminar, debe agradar, es decir, la forma y la plástica también deben tomarse muy en cuenta al realizar obras grandes o pequeñas.
La función es el programa constructivo con las motivaciones de orden social, sicológico y cultural. Es plantear de una manera clara y precisa el problema que se debe resolver.
La estructura son las normas constructivas, los medios disponibles, tomando en cuenta el progreso de la ciencia de la construcción, los materiales nuevos o tradicionales, la economía y la mano de obra.
La forma y espacio o lo que llamamos el mundo figurado y estético es todo lo que puede abarcar la esencia de las interpretaciones estéticas y el vocabulario formal.
Ciertas personas en la actualidad desean ampliar la trilogía agregando la economía y la ejecución industrial, pero creo que es mejor buscar cómo no complicar demasiado las cosas.
El valor del concepto de Vitrubio ha sido el de colocar -en primer puesto- la comodidad, es decir, la función, por su carácter utilitario que debe ser, aun en nuestra época, el carácter principal y determinante. Existe, lo sabemos todos, una concepción idealista y formal, fuera de época, y de sabor netamente renacentista, que coloca en primer puesto el problema estético y algunas veces desgraciadamente se contenta con él, únicamente.
Esta trilogía ha tenido en el curso de los tiempos las expresiones más diversas y sorprendentes, pero siempre con matices nuevos y en relación estrecha de dependencia con los grandes momentos de la historia. Nosotros hemos rechazado siempre, enfáticamente, que la arquitectura sea cuestión de pura coincidencia, de un capricho o de una moda, sino que es arte serio y completo que siempre ha traducido en sus obras el contenido social de su época. Es un deber de parte del arquitecto, en esa trilogía, lograr un equilibrio racional entre los tres componentes que bajo ninguna forma y por ninguna razón, pueden y deben divorciarse y llegar a ser independientes; sino que, al contrario, deben mantenerse indisolubles.
Componer es crear una serie de armonía entre valores que tienen dimensiones y que no revisten condiciones absolutas, pues ninguna de ellas vale por sí misma, sino en función con otras de otro valor; en principio, nada es absoluto. La arquitectura llega a ser arquitectura cuando logra en sus realizaciones una relación, un equilibrio, una armonía entre estos tres valores.
Supeditar la arquitectura a la sola función no es suficiente, pues concebir ambientes, donde se haya pensado exclusivamente en una protección adecuada contra los elementos, en defensa de la lluvia, del calor o de las moscas, aún si se logran espacios habitables y vivibles, donde la ducha sea práctica, el comedor espacioso y la cocina apta para preparar buenas comidas, eso solo no es arquitectura.
La estructura y las formas tienen algunas veces más importancia que la función.
Si son las estructuras y las técnicas que dominan, que el valor de la obra sea intrínsecamente de ella, para ella únicamente y no para la función o para las necesidades que tienen que desempeñar, se hará la técnica para la técnica y la construcción por el placer de construir, pero esto tampoco será arquitectura.
Lo mismo sucederá con las formas, el arte por el arte y donde todo parece sacrificado a la plástica, a las formas y al ornamento; de esta manera no se habrá logrado una obra arquitectónica, no se tendrá una sensación a la arquitectónica, no se habrá hecho honor a la arquitectura.
Para aclarar la importancia de la trilogía vitrubiana, daremos algunos ejemplos:
A) El primero será una catedral gótica: la catedral, siempre aparece como formando parte del paisaje natural y urbano y de toda la vida colectiva que se concentra en torno a ella. El contenido es, desde luego, eminentemente místico, de elevación hacia Dios. La expresión formal aparece en el fervor cristiano, en el verticalismo de los volúmenes y de las líneas, en la riqueza y en el significado de los vitrales, en los efectos de iluminación que expresan con fuerza y delicadeza la función misma del recinto sagrado; los sistemas constructivos, los arcos y arbotantes de piedra, las formas en nervadura de las bóvedas, la virtuosidad de las estructuras, acompañan y valoran la expresión arquitectónica. Aparece una asociación misma del contenido, de las estructuras y de las formas.
B) Otro ejemplo positivo nos ha parecido una obra del gran Brunelleschi, construida en los finales de la Edad Media, en Florencia: la cúpula de Santa María del Fiore. El problema presentado al arquitecto para resolver era muy claro pero muy atrevido para la época: cubrir la inmensa abertura del crucero de la iglesia, cuya construcción había sido iniciada anteriormente. El contenido debía ser de carácter noble y monumental y la cúpula formar una silueta armoniosa para Florencia. La cúpula se levantó sola en el espacio por un atrevimiento en las técnicas constructivas, únicamente comparable a los puentes del ingeniero Eiffel, sigue las líneas de resistencia y corresponde a las de compresión. Los elementos constructivos traducen ellos mismos la plástica elegante y monumental de la cúpula: se ha logrado una vez más una asociación de contenido, estructura y forma.
C) El otro ejemplo es un estadio, programa típicamente de nuestro siglo. El problema presentado al arquitecto también parecía muy simple: diseñar en la tribuna principal que domina los campos de juegos una curva de visibilidad perfecta que permitiera a los espectadores seguir debidamente los juegos; luego cubrir en gran parte de tribuna con un amplio voladizo, evitando cualquier elemento o cualquier soporte que pudiera limitar la visibilidad; el material empleado esta vez no es ni la piedra ni el ladrillo sino el material de nuestra época: el hormigón armado. La forma conseguida a través del cálculo, realizada por medio de la técnica contemporánea y resultante de una intuición estática, logra también satisfacer el espíritu.
Los materiales y el sistema constructivo son para el arquitecto lo que son los vocablos para el poeta; para un artista creador cada material debe expresar su propio mensaje, su propio contenido, elocuente y constructivo. Se aprecian y se quieren los buenos materiales como se aprecian y se quieren los buenos vinos.
No existe forma sin relación adecuada entre ellos, o se busca una forma adecuada al material o un material adecuado a la forma; la expresión equivale entonces a la unidad, formal y material.
La arquitectura debe considerar a los materiales como parte esencial del componente constructivo. El arquitecto deberá conservar celosamente las características y las estructuras de cada uno de ellos, conocer sus propiedades y naturaleza, sus texturas, su modo de ser y de vivir y expresar en la obra: el contenido, el mensaje y el carácter de cada uno de ellos.
Después de haber utilizado durante largos siglos la madera, el ladrillo o la piedra, nuestro siglo ha visto nacer materiales dignos de nuestra época: el hormigón, el acero y quién sabe, los plásticos. Me gusta particularmente el hormigón, piedra líquida, noble y dócil, fuerte y humilde, considerado por el arquitecto Perret como el más bello material del mundo. La técnica ha creado un mundo nuevo a la arquitectura, nuevos modos de producción y de trabajo, ciudades y edificios, vías públicas y autopistas; ha creado un mundo donde domina el motor y la máquina y va creando una humanidad nueva; para un arquitecto, la técnica debe ser considerada únicamente como un instrumento, una mano que lo ayuda y por ninguna forma debe dejarse imponer y dominar por ella.
La técnica de hoy posee medios sumamente ricos y poderosos que pueden, si nos descuidamos, aniquilar y reemplazar el pensamiento arquitectónico, como sucedió en épocas anteriores, cuando el ornamento quiso ahogar la arquitectura.
La estructura es para el edificio lo que el esqueleto es para el animal: el esqueleto contiene y soporta los órganos más diversos; así la estructura debe ser diseñada para que contenga los órganos más diversos, exigidos por el programa. Debemos valorar el esqueleto y los músculos que lo envuelven: piel y esqueleto; la distinción neta y precisa entre los dos elementos debe aparecer: el puramente constructivo y el de revestimiento. La estructura obliga la escogencia de los materiales y su realización en la obra es la materialización del espacio.
Todas las obras de la naturaleza aparecen construidas como las formas rugosas y escarpadas de una roca monumental o las orgánicas de un árbol que se ramifican desde el tronco hasta las hojas, para formar nervaduras que se abren en fino entramado.
Existe en la actualidad una reivindicación de las estructuras, elemento descuidado y olvidado durante ciertas épocas en que fueron cuidadosamente ocultadas detrás de los ornamentos. Tampoco el arquitecto puede y debe empezar por diseñar una estructura, no es ni su misión ni su papel. Pero todo verdadero arquitecto debe integrar en su obra el papel constructivo, en la misma forma que lo hicieron los constructores de la Edad Media y Brunelleschi en la cúpula de Santa María del Fiore.
Puede existir analogía entre las estructuras arquitectónicas y ciertas formas orgánicas y bellas, existentes en la naturaleza. Los edificios futuros podrán adelgazar como la cáscara de huevo, podrán lograr la rigidez de una hoja o utilizar e inspirarse de la forma corrugada de una concha marina. Los constructores góticos descubrieron y aplicaron con gran éxito, en la construcción de sus bóvedas, las formas abiertas de ciertas hojas. Frank Lloyd Wright se inspiró para algunas de sus columnas de una flor del mañana; la Torre Eiffel, nació de un hueso y la capilla de Ronchamp, de Le Corbusier, de un cangrejo.
Señoras y señores, hemos llegado al final de nuestro primer viaje; agradezco a todos ustedes el haberme escuchado por tanto tiempo. Seguiremos en otra oportunidad nuestro camino por el mundo maravilloso de las formas; exploraremos todos los medios puestos a la disposición del arquitecto para que pueda expresar y defender su papel creador y que la arquitectura todavía y por mucho tiempo pueda seguir siendo un gran Arte.
Carlos Raúl Villanueva. Caracas 1963.
Publicado con la autorización de la Fundación Villanueva www.fundacionvillanueva.org
Fotografías Julio César Mesa
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