Fotografía: Christy Silva-Arenas
Por María Christina Silva-Arenas
Si buscamos en el diccionario o en algún texto relacionado con el tema, el concepto de ciudad encontramos que ésta es entendida como un área urbana con alta densidad de población en la que funciona, fundamentalmente, la industria y los servicios, o sencillamente como el conjunto de calles y edificaciones, donde se concentra una significativa proporción de personas, y que es epicentro de actividades no agrícolas.
Por su parte, los ciudadanos son vistos como los habitantes de la ciudad y están sometidos a sus leyes y normas. La ciudadanía es la cualidad y derecho de los ciudadanos. La educación puede ser concebida como la actividad formativa e instructiva por medio de los distintos actores de los denominados agentes de socialización.
Comienzo esta reflexión refrescando el significado de estos términos -elementos primarios que conforman la base social de un país- a los efectos de entender, a posteriori y dentro del contexto venezolano, cómo la vinculación de estos factores nos permiten o no vivir dignamente y con estándares de calidad.
Actualmente nos enfrentamos a un deterioro de nuestras ciudades en cuanto a la infraestructura que conforma su urbanismo. De modo tal que recorrerlas es tropezarnos con calles sucias, sin mantenimiento, aceras rotas, invadidas por comerciantes informales y repletas de basura. En oportunidades, la iluminación no existe en las principales vías públicas de nuestro país y las vallas publicitarias conforman una suerte de paisaje arbitrario y desmedido que nos invita a pensar que la anarquía es la reina del lugar.
Igualmente los pocos espacios destinados para el encuentro ciudadano están completamente deteriorados, sencillamente nuestras ciudades están en un estado de abandono total.
Tal situación condiciona el comportamiento de los ciudadanos volviéndolos más agresivos, temerosos y anárquicos; sencillamente son personas que tratan de sobrevivir en las más salvajes selvas de concreto, donde las mayores fieras son la violencia y la impunidad.
Ante este escenario me pregunto: ¿Cómo ejerce el venezolano la ciudadanía? ¿Cómo ejercer esa ciudadanía y someterse a las normas y leyes que regulan la convivencia si lo que priva en nuestras calles es la impunidad?
Habitamos ciudades donde el desorden es el “pan nuestro” de cada día. Ciudades en las cuales se irrespetan las señales de tránsito, se circula en sentido contrario, se bota basura en las calles, se estaciona en cualquier espacio, incluido las aceras, así esté prohibido u obstaculice el paso de los demás, se construye en los retiros y donde los motorizados conducen sin cascos, acompañados de tres o cuatro personas, algunos menores de edad. Ciudades donde violar la norma es la consigna, pues como dice el refrán cada uno pasa por ella como “Pedro por su casa”.
Lo triste es que tenemos una generación que no pasa de 18 años, para quienes este comportamiento abusivo, anárquico e incorrecto es absolutamente normal. Todos nos quejamos de nuestras ciudades pero no hacemos nada, nos debatimos entre sobrevivir o hacer bien las cosas, y, en muy pocas ocasiones, aceptamos que somos parte del problema. Es, en este punto, donde entra en juego la educación, una educación que fije las bases de la responsabilidad, la decencia, la honestidad y el respeto, una educación que propicie el cumplimiento de las normas, aunque no nos vean, de hacer entender que siendo “vivos y abusadores” no somos mejores ciudadanos, por el contrario nos convertimos en sujetos sin autoestima personal ni colectiva, pues cuando irrespetamos a nuestros semejantes, a nuestros vecinos estamos despreciando al ser humano y a su legítimo derecho de vivir en paz, armonía y orden. La educación definitivamente debe estimular fórmulas de encuentro ciudadano, fortaleciendo una cultura de convivencia, legalidad y trabajo, valores éstos que deben reforzarse haciéndoles entender a nuestros congéneres, desde pequeño, su utilidad y vigencia.
Apuesto por comenzar a construir –juntos- una ciudad educadora para poder decir en un futuro que tenemos ciudadanos que ejercen su ciudadanía de la mejor manera, y tienen moral para exigir, a sus gobernantes, respeto a todos los habitantes que conformamos este gran país llamado Venezuela, porque si no el problema seguirá siendo la gente y no el país.
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