Angel Silva-Arenas
Su aroma, gusto y presentación alegran mis momentos a más no poder y es que, a lo largo de los años, se ha convertido en una suerte de compañero de confidencias, uno que me escucha sin interrumpir, que me increpa con el silencio, haciéndome entender las circunstancias, abriéndome los ojos para mirar hacia otras direcciones, encontrar soluciones y nuevas perspectivas.
Para mí el café es vida, un sortilegio mágico que revitaliza, sacudiéndome cuando la modorra y desesperanza quieren hacer causa común en mi ánimo, entonces su primer sorbo me despierta, el segundo me confirma que estoy vivo, el tercero que todo va a estar bien y los sucesivos me abren el camino a la gratitud, creatividad, voluntad y fuerza para seguir adelante.
Un ritual que definitivamente es parte de mi herencia familiar, que me une a esos recuerdos que hablan de unión, sencillez y buenas maneras.
Imágenes que mantienen firme el amor por los míos, como la de mi madre, bien temprano en la cocina, tomando café y dándonos la bendición, o cuando alguno de mis hermanos le llevada la ansiada infusión a su cama para que despertara optimista y feliz. Y qué decir de esa que me refresca la imagen de mi estoica y dulce tía Carmen, cuando en el amanecer o en el ocaso de la tarde, en su sacrosanta cocina, colaba a la usanza mantuana el café, para servirlo con amor a quien estuviera a su lado acompañado de un sabroso bizcocho.
Café también tiene nombre de Vircu, apodo con que suelo llamar a mi hermano mayor y que ha servido como excusas para alimentar la complicidad de género que compartimos, para analizar -cada uno a su modo- la situación social del país y del mundo.
Tiene nombre de Christy, que siempre que la visito, bien sea de forma espontánea o inducida, me obsequia un café para hilvanar reflexiones de lo esencial y mundano.
Tiene nombre de Judicita, mi otra hermana, que aunque no es muy fanática de la bebida, se suma al rito para enseñarnos que cuando queremos acercarnos siempre hay una vía.
Se llama Levi, quien con su particular buen humor y único estilo, me da feliz los buenos días con la consabida tacita de café.Se llama Peche, Marian, Ruben, Diana, Polo, Génesis, César, Francisco, Pilar, Alfredo, Maritza, Esteban, Nélida, Suri, Jorge, Manuel, Yahvé, Mariela, Ricardo, José Luis, María Esther, Ángel, Liliana, Simone, Ana, Zendy, Salvy, Jacqueline, Griselda, Angela, Julio, Odan, Giselle, Marisol, Sandra, Euridice, Salvador, Ana, Christopher, Samir, Laura, Ivan, Irama, Pedro, Pablo, Jesús, Daniela, Javier, Luis, Rosa, Maritza, Gustavo, Elias, David, Carolina, Francisco, Verónica, Daniel, Elio, Luisa, Patricia, Gladys, Leticia, Maritza, Maite, Levy, Claudia, Rebeca, Lau, María Milagros, Alberto, Rossana, William, Carlos, Orlando, Juan Carlos …, con quienes comparto o he compartido este ritual, mi ritual, para celebrar gozoso la vida.
4 Comments
!Què belleza de texto¡
.Me conmovió.
Muy linda y sutil redacción
MUY BUENAS ESAS LINEAS!!!!!! ME GUSTARON MUCHO. . ME LLEVARON A EVOCAR MI RITUAL DE CAFE CON LOS SERES QUE AMO Y HAN FORMADO PARTE DE MI VIDA.
Me encantò …Me llevò al recuerdo de ver a mi Mamabuela colàndolo a la usanza llanera, con su típica manga y la estructura de metal añeja, curada por los años, testigo de otras mangas que se apoyaron en ella para filtrar ese lìquido ancestral, indispensable para muchos…Recuerdo su sonrisa y como se impregnaba toda la casa…Y, aunque soy como Judicita, no muy tomador de cafè, a veces el cuerpo me lo pide y sucumbo a su mágico encanto…De verdad hermoso texto, con todos los matices que tiene esa bebida. Felicidades