Ángel Silva-Arenas

Definitivamente, en la actualidad una de las palabras más usadas en el discurso de quienes habitamos en esta Tierra de Gracias es la unidad, término que  se escucha en  las voces  de los distintos líderes y actores políticos  que,  con  visiones e ideologías  próximas o distantes,  luchan por un proyecto de país.

Unidad que también es un sentimiento demandado y sentido por el ciudadano de pie, quien en sus habituales y cotidianas conversaciones manifiestan la necesidad de realizar cambios en sus vecindarios, barrios y urbanizaciones, los cuales  para su materialización precisan de un trabajo en equipo, donde todos hagamos algo.  Y qué decir de los gremios que en la búsqueda de alcanzar reivindicaciones apuestan por juntar ganas y esfuerzos para materializarlas.

Hasta ahí todo va bien, pero en el momento de las «chiquitas», como popularmente se dice, es que se tranca el serrucho y una suerte de inacción, parálisis o desesperanza aprendida o anticipada hace que «soltemos la toalla» y esa pasión y frenesí desaparezcan como por arte de magia.

Cómo se come la unidad

Trabajar juntos, bajo la filosofía de la unidad, supone una sinergia que implica el desarrollo de un equipo altamente motivado, con un claro sentido de dirección y propósito, en el cual la satisfacción se logra gracias al alto nivel de compromiso y a la respetuosa y armónica interrelación entre los miembros y que supone -además-  potenciar ciertos conocimientos y  actitudes, tales como:

  • Aprender cómo funciona un equipo
  • Constatar el poder individual dentro del equipo
  • Desarrollar la interdependencia.
  • Asumir que en los equipos altamente efectivos existen  individuos altamente efectivos
  • Identificar los retos a los que debemos dar respuesta.
  • Comprender que para que gane uno debemos ganar todos
  • Valorar las diferencias y el poder del respeto.
  • Ser cumplido, responsable y generador de confianza.

La sinergia del trabajo en equipo requiere de determinadas actitudes

Trabajar en equipo permite también estimular la creatividad, toda vez que  del esfuerzo grupal surgen múltiples enfoques y perspectivas para afrontar una situación,  donde cada quien con su conocimiento, experiencia e información abona el camino para diseñar fórmulas innovadoras, acertadas y con un alto nivel de compromiso al momento de ejecutarlas, ya que todos participaron en su diseño.

Un sueño que desaparece por los egos

Sin embargo, la guerra de egos hace de la suyas y esa disposición necesaria para armonizar las relaciones  y lograr consensos que supone privilegiar los intereses colectivos antes que los personales,  se torna «sal y agua»,  entonces  sale alguno que de manera insidiosa y con voz chillona sentencia:  «Conmigo no cuenten, yo no voy a participar en ese jueguito  y mucho menos retratarme en grupo para que, al final de la historia,  uno solo se lleve la gloria».

Yo no participo en ese juego

En consecuencia, ese sueño de hacer equipo se torna quimera y empieza a languidecer, transformando la disposición discursiva y visceral en una flojera colectiva, mimetizada por la necesidad  personal de sobrevivir en tiempos adversos, donde cada uno anda resolviendo su rollo y olvidándose de lo estratégico e importante.

La Madre Teresa de Calcuta, sabiamente decía:  «yo hago lo que usted no puede, y usted hace lo que yo no puedo. Juntos podemos hacer grandes cosas”.  Ojala esta frase se convierta en realidad en un futuro cercano y no se quede en  un conjunto de palabras bonitas  para decirlas de la boca para afuera.

 

 

 

 

 

 

 

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