Por Christy Silva-Arenas

Lo bueno de este país es que América empezó la tradición por la cual los consumidores más ricos compran esencialmente las mismas cosas que los pobres. Puedes estar mirando la tele y ver una Coca – Cola, y piénsalo, tú también puedes beber Coca – Cola, Liz Taylor bebe Coca – Cola y piénsalo, tu también puedes beber Coca – Cola. Una Coca – Cola es una Coca – Cola y ninguna cantidad de dinero puede brindarte una mejor Coca – Cola que la que está bebiendo el mendigo de la esquina. Todas las Coca – Colas son iguales y todas las Coca- Colas son buenas. Liz Taylor lo sabe, el presidente lo sabe, el mendigo lo sabe y tú lo sabes”
                                                                                                                        Andy Warhol

 

El sensacionalismo y la espectacularidad en el Arte Contemporáneo reivindican esa carga efectista que los moldes, los títulos grandilocuentes y las frases llamativas tienen y que se asumen por razones de mercado, en otras palabras, porque tienden a generar una mayor audiencia y alimentan positivamente su valoración y la del artista que las crea. Es por ello que, sin entrar a evaluar la calidad de la obra, lo que prevalece es garantizar su consumo masivo.

Entendido como uno de los acontecimientos más singulares de nuestra época y, por qué no, como uno de los determinantes más significativos de la temática de las propuestas estéticas, el sensacionalismo supone una manera de contar una historia, de interpretar una realidad o de opinar sobre algo independientemente del formato que escoja el artista para materializar su expresión, con el objetivo de impresionar, generar interés o  captar público.

Esto se logra mostrando la realidad a través de esos que los científicos sociales suelen denominar “bajos instintos o golpes bajos”, esos que pese a lo bizarro, irreverente o icónico, son garantes de expectación e interés. Musas que como el dolor, el placer, el fanatismo, la agresividad, la catástrofe, lo comercial, lo masivo, atraen, seducen y venden.

Tal como lo establece Debord, en la Sociedad del Espectáculo existe un  dominio autocrático de la economía mercantil que alcanza el estatus de soberanía irresponsable y que supone la adopción de nuevas técnicas de gobierno, tales como convertir en mundo la falsificación y hacer la falsificación del mundo.

Un axioma que puede ser refrendando en la obra del emblemático Andy Warhol, ese irreverente norteamericano padre del Pop Art, quien sustentó filosóficamente su propuesta estética en esa célebre afirmación: “En el futuro, todo el mundo será famoso durante quince minutos”.

Una realidad que la virtualidad de las redes sociales hoy validan, pues solo basta exponer algo espectacular, sensacional, raro o contundente para viralizarlo y salir del anonimato.

Warhol fue, al igual que Marshal Mc Luhan, un visionario en su tiempo, una época donde las drogas, el sexo, la moda y el placer hacían de las suyas como una suerte de decálogo para existir. Salió abiertamente del closet, con su frivolidad, su estrambótica peluca y particular personalidad, logrando innovar de manera contundente el arte contemporáneo. Y es que Warhol fue un innovador que, definitivamente, desmitificó la concepción del artista como un difícil oficio que demandaba de complicados años de formación y perfeccionamiento.

Como buen hijo de su tiempo supo captar la esencia de la Modernidad. La transformó, sin complicaciones y moralismos, en un mero negocio, cuyo único mérito era lograr convertirse en una celebridad y ganar dinero.

Su objetivo no era crear algo nuevo y original, para este icónico hombre el triunfo era sinónimo  de ganancia y para ello bastaba con seguir las normas de la publicidad, no del arte. En síntesis; ser fiel a las leyes de la oferta y la demanda, vale decir, lo que dicta el mercado.

De igual manera, Warhol representa el prototipo del artista joven exitoso a los treinta años, y como un “milleniam” de estos tiempos, supo utilizar su arte, para hacerse un mercado rentable, pues tal como lo decía: “el arte comercial es mucho mejor que el arte por el arte”.

Creó su propio mundo y así, en la Factory,legendario almacén donde Andy y su cohorte trabajaban, vivían y celebraban  estrambóticas y legendarias fiestas, actuaba en consecuencia produciendo en serie sus creaciones.

Bajo esta premisa, alcanzó la celebridad y consiguió el pasaporte a la fama eterna inspirándose en las estanterías de los supermercados, convirtiendo en obras de arte objetos tan cotidianos y populares como los detergentes, los plátanos, o las conocidas latas de sopa Campbell, que compulsivamente ingería a diario.

Su trabajo como artista se proyectó en diferentes disciplinas, tales como el dibujo, la pintura, el cine, la fotografía y la producción musical, además de promoverlo a través de su rol de empresario.

Trabajos que tomaron como interés los titulares de los periódicos que le llamaban la atención, tales como escándalos, famosos y muertes. De hecho, a principios de la década de los sesenta, mientras trabajaba en las imágenes de Liz Taylor o Marilyn Monroe, también  realizaba serigrafías sobre accidentes y sillas eléctricas, en síntesis, su obra reflejaba dos aspectos esenciales de la cultura de masas de esa época, una suerte de retrato de esa América snobista que, a este tímido hijo de inmigrantes eslovacos católicos, le tocó vivir; la cuna donde  las celebrities y la sangre convivían alegres y despreocupadas.

Este amor por la sangre, se agudizó con el intento de su muerte, cuando la escritora esquizofrénica escritora Valerie Solanas le tiroteo en medio de una fiesta. Aunque los médicos lograron reanimarle, esos tres balazos fungieron como un punto de inflexión en su vida, y tal como lo explicó: “A partir de entonces, supe que estaba viendo la televisión, los canales cambian pero todo es televisión”.

En consecuencia, la espectacularidad y el sensacionalismo siempre estuvieron presente en el Arte de Andy Warhol, reproduciendo de forma mecánica la realidad, recurriendo a los artilugios de las técnicas del diseño industrial, la publicidad y la producción en serie para poner en escena eso que conmueve y escandaliza.

 

 

 

 

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