Por Ángel Silva-Arenas

No hay nada más beneficioso que vivir un día a la vez, lo que supone poner atención al momento presente, una práctica que entra en el concepto de mindfulness (atención plena), y que supone la capacidad que tenemos todos de estar en el aquí y en el ahora de una manera equilibrada, con una actitud de aceptación y apertura. Esta habilidad nos ayuda a manejar mejor nuestras emociones, a sentirnos más relajados y conocer cómo funciona nuestra mente.

Tal como lo indican los especialistas es una técnica de relajación y meditación heredada del budismo, que contribuye significativamente a reducir el estrés, pero que también contribuye a aliviar los síntomas de algunos trastornos psicológicos como la depresión y la ansiedad.

Entre los beneficios que reporta el mindfulness se encuentran: mejora la creatividad y la capacidad para tomar decisiones, promueve la empatía y compasión, mejora el sistema inmunológico, aumenta las emociones positivas y reduce las negativas, entre otros.

¿Cómo?

Debemos enfocarnos en el momento presente para aceptar nuestras emociones tal como se presentan, sin tratar de controlarlas o impedirlas. Así conseguimos alejarnos de la frustración o la ansiedad que nos genera hacer frente a una situación que no podemos cambiar o alterar por mucho que lo queramos o intentemos.

La idea es proveernos de un método con el cual podamos gestionar las emociones, actitudes, reacciones y pensamientos para encarar de manera asertiva los hechos que la vida nos presenta.

Existen diversas alternativas para practicar el mindfulness, pero es importante antes conocer sus aspectos esenciales, los cuales son:

Ser consciente: prestar atención en lo que sucede en el aquí y el ahora (estar consciente de la información que están captando nuestros sentidos y los propios productos de la mente).

Observar: estar atento a lo que aparece en la mente, observando lo que surge.

Aceptar: reconocer y permitir los pensamientos tal como aparecen, inclusive aquellos que nos causan disgustos.

No juzgar: no valorar los pensamientos o reaccionar positiva o negativamente ante ellos.

Experimentar: recibir las sensaciones con actitud curiosa y de mente abierta, como si fuera la primera vez que sentimos esto.

Ser compasivo: tener una actitud de bondad, amor y amabilidad hacia lo que observamos.

Soltar: dejar ir las cosas, la experiencia, entendiendo que nada es eterno.

Ejercitar la paciencia: entender que las cosas suceden cuando tienen que suceder.

Confiar: creer en uno mismo, en nuestros sentimientos, intuición y sabiduría.

Luego de tener presente esto, podemos iniciar la meditación, seleccionando un espacio tranquilo, donde no entren ruidos que puedan distraernos. Esto lo podemos hacer en espacios abiertos, al aire libre o en nuestro hogar.

Es recomendable sentarnos con la espalda recta para que no nos moleste ninguna tensión muscular, lo ideal es buscar una buena postura con la cual nos sintamos cómodos. Hay que saber controlar la respiración, esta debe ser honda y pausada, lo que nos ayuda a oxigenar el cuerpo y relajarnos.

Una vez sentados, con la espalda recta y respirando profundamente, cerramos los ojos y centramos nuestra atención en aquellas pequeñas cosas que suceden en nuestro cuerpo, como las sensaciones de la piel, las palpitaciones del cuello, los movimientos de los ojos, en fin, aquellos estímulos que no reclamen de nosotros una atención general. Paulatinamente iremos dominando la técnica y podemos ir ampliando el foco de nuestra atención hasta llegar a experiencias esenciales para nosotros.

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