Por Ángel Silva-Arenas. Fotografía: 800-Christy

La tarde empieza a caer, no así la angustia y la incertidumbre, esa que juega y gana la partida a la desesperanza en la psiques colectiva de una ciudad enrarecida y estremecida por los desatinos de algunos que, bajo la égida del poder otorgada alguna vez por el pueblo, hacen de las suyas olvidándose de éste, de cómo suenan sus tripas cuando el hambre devora y  la salud empieza a merodear  las puertas de la muerte, de cuáles son sus sueños o esas demandas del alma que antaño hablaban de ganas de echar pa ´lante, de progreso y bienestar.

La calle no es la misma,  ya no enamora ni seduce para invitarnos a recorrerla a sus anchas, bien sea para realizar las habituales rutinas que acompañaban nuestra cotidianidad, con sus típicos vaivenes,  esperanzados que mañana sería otro día y podría ser mejor.

Una Tierra de Gracia que parece haber caído en la desgracia, donde la intolerancia se crece y el sentido común se hace sordo de las demandas de un pueblo que quiere asegurarse -con modestia y decencia-  sus tres golpes, que desea caminar seguro sin tener que voltear para estar pendiente quién tiene atrás  que  le pueda arrebatar sus pertenencias, su dignidad o su vida, que ansía que la justicia deje de ser la  letra muerta de una Carta Magna que algunos -de manera desproporcionada- usan para defender sus posturas y muchos patean deliberadamente, que solo anhela vivir en una nación donde la palabra convertida en compromiso sea cumplida, que la libertad, el respeto y la posibilidad de confrontar ideas no se traduzca en una historia de ficción nutrida por manifestaciones histéricas de violencia,  odio y agresión.

Mi ciudad  deja atrás la coquetería que algún día tuvo, consciente que en esta etapa de su historia las prioridades son otras. El simbolismo irrumpe creativo y supremo en su paisaje, sin mediar treguas y contemplaciones. De un lado y de otro se hace sentir. Un desnudo irreverente cargado de coraje, el aliento con brío de una mujer preñada,  el llamado de una anciana que no vislumbra futuro para  sus nietos, la altivez natural y contestataria de un estudiante, la osadía  de una ama de casa que hace maromas para sobrevivir, el dejo  de humanidad de un policía que es humano, en fin, un hombre, una mujer como tú y como yo que nos gritan de manera ensordecedora que hoy en este  país,  tu país,  mi país   la vida vale todo y no vale nada.

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